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viernes, 9 de abril de 2010

Cada generación adolescente enloquece con un grupo de música

A finales de los 80 fue New Kids On The Block, a principios de los noventa fueron Take That y Back Street Boys. Con el nuevo siglo llegó *NSYNC y Westlife. Y a finales de los 2′000 Tokio Hotel disfrutan del enamoramiento de unas fans que crecen y comienzan a olvidarse de ellos.
Cada generación adolescente necesita un grupo de música del que hacerse fan con locura.Y que la música que escuchan tenga importancia para ellos. Además, la música también necesita de los grupos de fans, pues es el motor que empuja a los adolescentes seguir escuchando música el resto de su vida.
Las alarmantes cifras de asistentes a los dos últimos conciertos de Tokio Hotel en nuestro país -5.000 personas en Barcelona y 7.000 en Madrid para unos aforos del doble de capacidad- sugieren que el fenómeno del grupo alemán se está desinflando.
Los jóvenes de 17 años que acudieron al primer concierto del grupo en España, el MTV Day del año 2007, tienen ya 20 años y es posible que hayan sustituido el fanatismo de su grupo de adolescencia por otro que les proporcione otras sensaciones. Los grupos de música son como lianas en la selva, se va saltando de uno a otro y así se llega hasta algún sitio desconocido, cruzando la selva.
“El desprecio al gusto y el criterio del publico adolescente femenino está más que asumido en el mundo de la música”, explica la especialista en música y cultura afroamericanas Patricia Godes. “Se devalúa a los artistas que gustan a las chicas sin pensar que el origen del rock y el pop está precisamente en ese público. ¿Quiénes hicieron famosos a Sinatra, Elvis, Beatles, Rolling, Doors, Michael Jackson, Raphael o Serrat?, ¿los críticos?, pues no, ¡las niñas!”.
Los fans que comenzaron escuchando al grupo de los hermanos Kaulitz con trece años siguen en la brecha y forman parte de esa masa de 12.000, que son muchos, y acudieron a verles en la presentación de Humanoid.
El fenómeno de fans es cíclico y cada generación tiene un grupo como bandera. Hoy es Tokio Hotel y hasta dentro de cinco o siete años no estaremos hablando de su reemplazo.
Para Godes, “la industria discográfica, siempre con tan poca memoria histórica y tan aficionada a tirar piedras contra su propio tejado, ha optado por destinar a las chicas, que son el público natural de la música pop contemporánea, sus productos más deleznables”.
A finales de los 80 y principios de los 90 New Kids on the Block, una de las primeras boys band, robó muchos corazones adolescentes con los bailes y coros de cinco chicos, dos de ellos hermanos -Jonathan y Jordan Knight- y uno, Donnie, hermano del actor Mark Walhberg.
Canciones como Please don’t go girl, Hangin’ tough o Step by step fueron sus grandes éxitos, que arrancaron lágrimas de esa desesperada pasión juvenil del fan ante el ídolo.
NKOTB abrieron paso a otras cuatro bandas de chicos de los noventa, el alimento para la siguiente generación: Take That, Backstreet Boys, *NSYNC y Westlife.
Los hermanos pequeños -pero sobre todo las hermanas pequeñas- de los fans de New Kids crearon sus propios ídolos con los ingleses Take That, banda en la que militaría Robbie Williams. Con números uno como Pray, Relight my fire, Babe y Everything changes fueron lo más entre 1990 y 1995, auqnue pronto tuvieron que empezar a compartir su popularidad con otras opciones llegadas, de nuevo, de los Estados Unidos.
El corazoncito de las fans encontró un relevo inmediato en Back Street Boys, que arrancaron su carrera en 1992… y hasta hoy. El videoclip de su primer éxito en 1997, Quit Playing Games (With My Heart), les mostraba bajo la lluvia, desnudos. Suficiente para enloquecer.
La siguiente generación de fans llegó ya en los primeros años de la década del 2000 con los estadounidenses *NSYNC (formados en 1995), del que saldría saldría Justin Timberlake, y los irlandeses Westlife (formados en 1998). Ambos grupos repetían la misma fórmula de éxito de sus precedesores: chicos guapos, bailarines, hits y baladas.
Agotada y exprimida la fórmula mágica, ya no dio para más. La siguiente generación, tocada por el emo, necesitó de algo más contundente y puso sus ojos en un joven grupo alemán, Tokio Hotel, formado en 2003 aunque su primer disco no vio la luz hasta 2005.
En ese mismo año surgió una opción más edulcorada, producto de la factoría Disney, al igual que Hannah Montana: los Jonas Brothers. Una banda de tres hermanos, protagonistas de Camp Rock en 2008, y autores de un pop apto para un público más infantil que el de Tokio Hotel, cuyos seguidores se visten y pintan las uñas de negro y se rompen las medias, algo que jamás haría una fan de Jonas Brothers. Nada mejor que un buen enfrentamiento (Beatles / Rolling Stones, Spandau Ballet / Duran Duran, Michael Jackson / Prince, sirvan como ejemplos) para enervar el fanatismo y la pasión por la música.
Para Patricia Godes “es el último reducto del machismo: dar a las mujeres la basura musical”, afirma. “Hay una doble moral: una chica joven o una mujer adulta comete un pecado de frivolidad imperdonable para el dogma musical cuando alaba a un cantante por su atractivo físico, mientras que los críticos adultos masculinos se pasan media vida profesional tratando de demostrar su dureza describiendo con términos machistas o con la infame prosa poética roquera los atributos físicos de las cantantes femeninas” describe la periodista, aunque matiza que “esto ha cambiado porque los críticos más jóvenes no están tan reprimidos como los clásicos”.

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